Dr. Norbert-Bertrand Barbe
Una de las más importantes características de los dos septenados de François Mitterand como presidente de la República de Francia son las llamadas “grandes obras” (“grands travaux”). Respondía su realización a una doble necesidad: primero, representar propagandísticamente, conforme la ideología del partido socialista la línea del partido y su involucramiento con la contemporaneidad (símbolo ésta de las fuerzas revolucionarias del porvenir, por oposición a las fuerzas reaccionarias de derecha), segundo, a nivel más diacrónico, o sea, inscrito dentro de la realidad contextual de la historia inmediata de Francia en aquellos años, el hacer patente la diferencia entre los gobiernos antecedentes al socialista, que sucedieron sin mayor trascendencia al emblemático jefe de guerra, general y presidente Charles de Gaulle, y las nuevas fuerzas al poder a partir de 1981, bajo el mando del primer presidente de izquierda desde 1958.
Dentro de este marco ideologizado, Mitterand se apoyará en el uso de las artes como expresión de la juventud socialista en la figura central de Jack Lang, ministro de Cultura que vino a ser el más conocido y popular de los políticos de la época, instaurando fiestas como la de la Música, y promoviendo movimientos emergentes tales como el rap.
Sin embargo, lo más relevante y destacado para asentar el poder espiritual de lo que se definirá como los “años Mitterand” tanto en el interior como en el exterior del país, son las obras monumentales, las susodichas “grandes obras”, entre las cuales se destaca principalmente la famosa Pirámide (1983-1988) del arquitecto sino-estadounidense Min Pei.
Es significativo que, históricamente, el Gran Louvre abra la Voie Triomphale, que va del Arco del Carrusel y el Jardín de las Tuileries, pasando por la Plaza de la Concordia, los Campos Elíseos y su Arco de Triunfo, hasta, precisamente, en la actualidad, otra de las grandes obras del período de Mitterand: la Defensa y su propia Gran Arca (“Grande Arche”, y no “Arc”), construida contemporáneamente a la Pirámide (entre 1983 y 1989), por el arquitecto danés Otto von Spreckelsen. A diferencia del Arco de Triunfo de los Campos Elíseos, donde están sepultados, desde 1920, los restos mortales del Soldado Desconocido de la Primera Guerra Mundial, que es un Arco abierto en cada uno de sus cuatro lados, el Arca de Spreckelsen es un cubo de 100 metros de lado, sólo abierto en su centro. La construcción del Arco de Triunfo fue ordenada por Napoleón en 1806, en honor a las tropas francesas, y terminado bajo el reino de Louis-Philippe (1832-1836). El Arco de Triunfo, construido por el arquitecto Chalgrin, mide 49,546 m. x 44,820 m. Se ubica al centro de la Plaza de la Estrella, porque se encuentra simbólicamente al centro de las avenidas que son como sus ramificaciones, y sus relieves representan las victorias napoleónicas. A la inversa, el Arca de la Defensa, al centro de la Plaza abriendo, por una parte, sobre grandes edificios de vidrio y acero dedicados al comercio y las finanzas, y, por otra, sobre un amplio centro comercial y una FNAC (Fédération Nacional d’Achat des Cadres: principal consorcio de librerías francés, creado en 1954 para los jóvenes lectores y amateurs de discos de la clase media), es un cubo liso, sin relieves esculpidos.
La Voie Triomphale, que empezó a ser edificada en el siglo XVII por el arquitecto Le Nôtre como vía de carruaje para la Cours de la Reine et la Grand Cours, llega a tener el nombre de Campos Elíseos a inicios del siglo XVIII, y ampliar y terminarse en la Epoca de Napoleón III.
Es decir que Mitterand agrandó una vía real, para marcar su propio poder, afirmándolo desde dos polos centrales: el poder financiero y comercial, que es el del capital de la Defensa, y el poder cultural y perenne, faraónico, de la Pirámide, la cual se dobla, de hecho, con las Columnas (1985-1986) de Daniel Buren, el artista conceptual francés, ubicadas en frente del Louvre: en la Tours d’Honneur del Palais-Royal. Ahora bien, se sabe la función de la columna como símbolo, por su forma, del encuentro entre lo humano y lo divino. De la misma forma, el camino de la Pirámide, que pasa por la Plaza de la Concordia, o sea, a la orilla del Palacio presidencial del Eliseo, desemboca sobre el Arca de Alianza del socialismo con el libre mercado.
Es obvio que, en esta dialéctica entre lo efímero de la ganancia y lo secular de la cultura como representación permanente del poder del tirano la Pirámide del Louvre, ella misma invertida en su parte subterránea, evidenciando el carácter de conservación a través de los siglos del legado espiritual (aquí en sentido religioso y místico) del Museo, al que ella da (y lleva) luz y trascendencia, se inspira directamente en el zigurat (templo piramidal de origen babilónico) invertido que lleva una luz intensa en el Museo Guggenheim de Nueva York, interconectando las numerosas galerías del edificio, Museo que le fue encargado al reconocido arquitecto organicista estadounidense Frank Lloyd Wright por el propio Salomon R. Guggenheim en junio de 1943, y que realizó entre 1946 y 1959. De hecho, es también a Frank Lloyd Wright que la Pirámide del Louvre parece deber su forma exterior, ya que, con toda evidencia, reutiliza la estructura de otra realización famosa del arquitecto norteamericano: la Sinagoga Beth Solom (1959, Elkins Park, Pennsylvania), a la que, además, presta, por referencia, su significado religioso de santuario.
Es, según se dice, por insistencia de Mitterand que la Pirámide del Louvre consta de 666 paneles de vidrio, su altura total siendo de 21,6 m. (216 correspodiendo a la raíz cúbica de 6). Es, probablemente, difícil saber a qué remitir exactamente tal simbólica en la Pirámide del Louvre, aun cuando se conoce, por las confesiones de la necromántica Elizabeth Tessier, la importancia del horóscopo y las predicciones en la vida política del presidente francés. Sin embargo, no parece totalmente fuera de lugar acercarla a las tesis masónicas de la instauración del Nuevo Orden Mundial o sistema comunista planetario soñado por la secta luciferania de los Illuminati, creada en 1776. La misma estructura piramidal, que aparece también, troncada, en los billetes de un dólar, pareciera confirmar esta relación.
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